noviembre 09, 2010

Mario Vargas Llosa

Finalmente ocurrió: a ese peruano genial le adjudicaron el Nóbel de Literatura. Finalmente decimos, dado que hora ya, que lo tan largamente merecido se transformara en un reconocimiento de la Academia. Nos parece un poco tardío, por la sencilla razón que Vargas Llosa hace muchos años que gozaba del reconocimiento universal de los lectores, cualquiera sea su raza, pertenencia, religión o pensamiento político.
Vargas Llosa proporciona un sentimiento especial entre sus lectores: el de la felicidad que produce un estilo y un modo de narrar, que avanzando sobre los más escabrosos y complejos temas de la condición humana, lo hace de una forma y una manera que conforma, junto con su temática, un gozo que logran los grandes.

El ya universal “¿Cuándo se jodió Perú, Zavalita?”, ha traspasado los años y los tiempos y viene a resultar un clásico insoslayable entre los escritores y lectores, y no sólo de esta parte del mundo. Ese adolescente periodista, en el cual se han visto reflejados buena parte de los jóvenes, y no tan jóvenes que lo leyeron, viene a formular una pregunta que está, desde los orígenes, en la cabeza y el corazón de los lectores. Notable la capacidad de un auténtico artista, cuando así lo es: más que dogmáticas respuestas, tiene la osadía y capacidad de formular preguntas. Cuestión en extremo valiosa, dado que cierto tipo de intelectuales, en una suerte de tierra yerma, habían perdido la capacidad de hacer.
                                       
¿Qué es, sino, la literatura, si se solo se remite a reiterar respuestas conocidas y no nos acerca el valor de una o algunas preguntas que dan vuelta, borrosamente, en la cabeza del lector? Parece un ensayo (con el valor que tienen), pero sin la posibilidad del vuelo poético, que está reservado a aquellas obras que vienen a poner las cosas “pata para arriba”. Borges explicó que La Biblia, por poseer esas características, debía leerse como un conjunto de versos felices. Sin que Conversación en la Catedral sea una Biblia, su entera composición remite a ese mundo, mezcla de fantasía y realidad, que lleva a una lectura, imperceptible, en la que se entra a esa explicación del mundo formulada con la maestría del orfebre de la palabra, el que vive el mundo en prosa y se lo imagina en poesía.

Parece que tanto es así, que el propio Vargas Llosa explicó, cuando se enteró de la noticia, que le daba “vergüenza” recibir un premio que se le había negado a Borges. En cada oportunidad que tuvo, explicó con verdadera nobleza, cuánto se sentía deudor de nuestro poeta mayor, en términos de su formación y aprendizaje, el gozo de la palabra y la capacidad para articularlas de forma que relacionaran argumentos y belleza narrativa.

El propio escritor lo explica mejor que nadie. Hay un ensayo de su autoría, poco recordado en estos días de cataratas informativas, que ya, desde el título, preanuncia las impresiones y convicciones de nuestro autor: La Verdad de las mentiras. En ciertos casos, nunca falta un buey corneta, desmereciendo por su ausencia de sutileza el tal libro, cuando es eso, precisamente, lo que está presente, por encima de todo en este “ensayito”, al decir de los severos e incorruptibles miembros de algunas cofradías. Críticos, que dicho sea de paso, nunca recibieron premios significativos y, ciertamente también desmerecen al que acaba de recibir el peruano. Parece poco feliz, ocuparse en estas breves líneas, de aquellos que se mueven guiados por la envidia y el rencor.

Como siempre hay que buscarle “la quinta pata al gato”, la operación siguiente era intentar desmerecer al artista por sus ideas y militancia política. Vargas Llosa, quinta esencia de lo liberal y el demonio que eso significa y encierra. Digamos, una postura “políticamente incorrecta”. En un reportaje reciente, a propósito de nuestro país, dolido verdaderamente por la posición de Argentina en el mundo, su situación local y su decadencia, se la toma con el Peronismo. Dice que nuestro país, nosotros los argentinos, hemos elegido entercarnos en el error; que cuando le preguntan, en diversas partes del mundo, por la Argentina, se le presenta nuestro país como un “galimatías indescifrable”. Según su criterio, tendríamos todo para estar entre los primeros países del mundo, como ya lo estuvimos en otra ocasión, y que al persistir en este error, los argentinos, todos los argentinos, hemos elegido la mediocridad y vivir en la pobreza, pobreza que es de todo tipo. Finalmente, no le ve solución hasta que no nos desembaracemos de este movimiento populista y retrógrado.

Poco importa lo que opinemos los ciudadanos de estas crudas afirmaciones. Son producto de la libertad y el coraje, más allá del acierto o error que encierren. Hay, seguro, mucho más de lo primero que de lo otro. A Mario Vargas Llosa se le ha concedido el Nóbel de Literatura y eso, además de largamente merecido, es inobjetable. Bien tomadas sus opiniones, nos ayudarían, con seguridad, a tomar una senda más promisoria para nuestro incierto futuro.
Buenos Aires, noviembre 9, 2010.  

No hay comentarios: