
El hombre aquel era un paisano entrado en años. No solo su edad era lo que imponía una aureola de respeto. Sus escasas palabras y por sobre todo sus silencios, difíciles de interrumpir, eran unos de los rasgos de alguien diferente. Alguien que sobresale por sobre el resto, sin proponérselo, ya que su lema era que el zócalo resulta demasiada altura. Y en ocasiones marea. Por otra parte, Don Juan, tan simple era su nombre como su vida, además de cauteloso para el habla, cuando lo hacía parecía expresarse bajo forma de metáfora. No sabía lo que esto significa, afortunadamente, pero lo cierto es que ante una consulta o para dirimir un desencuentro, el hombre aquel recurría, con entera felicidad, a un ejemplo de tal justeza que saldaba las diversidades y ponía en marcha el camino de la concordia y la unidad. En una ocasión, otros dos paisanos de la zona discutían sobre la necesidad de acercarle ciertas advertencias a un tercer amigo que andaba en falsa escuadra. Las opiniones iban y venían y no había acuerdo sobre el mejor proceder. Consultaron a nuestro amigo, luego de ponerlo al tanto de lo que se trataba. Don Juan, fiel a su estilo, soltó con frescura este ejemplo: “Una espina de experiencia vale más que un bosque de advertencias”. Estaría bueno que hubiese algún sabio, como aquel legendario Don Juan, en las cercanías del gobierno nacional. No solo para que este no se equivoque más, si es que fueran posibles equivocaciones mayores aún; la deteriorada salud que importa preservar y mejorar es la de la sociedad toda, agobiada de tensiones y confrontaciones que el gobierno propone como eje permanente de su manera de entender la construcción política De lo contrario, algún escarmiento, severo, podría esperarse que ocurra, vaya paradoja, en busca de la paz.